Lorena Ochoa, la campeona precoz
En 2004 publiqué en EL ECONOMISTA esta entrevista con Lorena Ochoa, entonces naciente figura para el golf mundial. La compartimos para reiterar que la mentalidad siempre se puede imponer a las circunstancias
DANIEL ESPARZA HERNÁNDEZ
Ella y Lorena jugaban juntas con
los diminutos caballos de colores. Peinar las crines rosas, azules y moradas de
los pony de Rainbow Brice eran el
mejor pretexto para verse por la tarde. Pasaban horas imaginando que los
montaban y que juntas alcanzaban el cielo, pero al cumplir los cinco años todo
cambió drásticamente.
«Empecé a jugar golf por mis papás, en los domingos familiares y me
encantó. Hicimos un buen grupo de amigos de la misma edad. A veces tomábamos
clases y a los seis años comencé a jugar en mi club», recuerda Lorena
Ochoa, cinco veces campeona mundial infantil y juvenil.
Desde entonces la habitación llena de muñecos de peluche dejó de ser el mejor
refugio. Ella y Lorena se fueron al campo, cambiaron los ponys por los fierros
y dejaron de ser amigas, se convirtieron en rivales.
«No había nadie de mi edad que jugara como yo. Era difícil salir (al
campo) con alguien de mi nivel y de mi edad. Entonces empecé a imaginar que
jugaba contra alguien mejor que yo. Cuando tenía mucha suerte enfrentaba a un
niño de 15 o 16 años que aceptaba jugar conmigo, pero era muy raro»,
recuerda.
Y así, con su amiga imaginaria, Lorena podía jugar dos veces por semana, sin
tener que abandonar sus clases de gimnasia, ni de tenis o dejar de nadar.
Formaba parte de una palomilla que se convirtió en una amenaza para el
Guadalajara Country Club. En las tardes de verano solían montar en bicicleta
para rodar a toda velocidad por los fairways prohibidos. «Si llovía, nos
aventábamos por el campo, deslizándonos. Me gané varios reportes por eso»,
recuerda disfrutando aún el sabor de aquellas travesuras.
A los siete años la pequeña Lorena comenzó a jugar torneos a nivel nacional.
Paladeó por primera vez el sabor de perder y ganar ¡le encantó!
«Me gusta mucho la competencia y soy muy perfeccionista. Naces con eso del
perfeccionismo, en la casa cuando hacía la tarea mi mamá me decía: Ya lo
hiciste bien, ya vámonos a dormir. Y yo borraba todo para hacerla de
nuevo»
«El golf es de perfeccionistas, de muchos cuidados y detalles. No me iba
de una clase hasta que (el tiro) no me salía como quería. Me gusta hacer las
cosas bien y lograr todos los objetivos», reseña a 14 años de distancia,
de aquellos días escolares.
En su viejo álbum de fotos y recortes aparece la silueta de una niña delgada de
8 años sosteniendo un pequeño trofeo con un nombramiento inmenso: «Lorena
Ochoa, World Champion, San Diego, California».
«Era muy chiquita y no le daba importancia a las cosas. La Federación
Mexicana de Golf me dio un reconocimiento y sentí algo muy bonito. Decidí que
esto era lo mío. Hasta ahora es cuando cierro los ojos recuerdo dos o tres
anécdotas y veo los recortes de periódicos y revistas y digo: ¿Lo hice? Gané el
Mundial de Golf. Soy la primera mexicana en hacerlo. Entonces me doy cuenta de
lo que he hecho».
Y el golf comenzó a llenar su espacio. «Llegaba de la escuela y me
cambiaba rápido, lo que menos quería era estar en casa, me iba de volada al
club y empezaba a practicar y practicar. No me cansaba».
Y el green se convirtió en su isla. Cuando se organizaban fiestas o reuniones,
salidas al cine o al teatro, los padres de Lorena, Marcela y Javier, respondían
lo mismo: «Lore tiene torneo, no podemos ir; la niña tiene que ir a
practicar, lo posponemos o cancelamos. Mi familia siempre me apoyó», añade
orgullosa Lorena, quien hasta la fecha no deja de arroparse en ese respaldo.
«Siempre traigo una foto familiar en la bolsa. Además en mis viajes me
llevo cartas y la verdad casi diario nos hablamos o mandamos mail, estoy lejos
pero siempre en contacto con mi familia».
Pero la perfección es egoísta y celosa. «Tuve novio, como todas. De
chiquita tuve uno y después uno serio pero por la Universidad terminamos. Ahora
tuve otro, pero por la distancia no pudimos sostener la relación y terminamos.
Claro que me encantaría tener novio, casarme y tener hijos, pero por ahora no
es posible».
Un día con Woods
En el Mundial Infantil de 1990, Lorena conoció a un joven de 14 años que ya
era figura. De tímida sonrisa y ojos grandes, poderoso en el drive y certero en
los tiros de acercamiento. Espigado y con sueños de grandeza. Su nombre:
Eldrick Tiger Woods.
En ese año Tiger logró su quinto de seis títulos mundiales y la niña de cabello
corto y deseos grandes, lograría el primero de cinco en forma consecutiva.
Récord que aún prevalece y que ni Tiger Woods pudo igualar.
«¿Nos tomamos una foto?», le pidió la mexicana y los dos niños se
juntaron y sonrieron. Más de una cabeza le sacaba Woods a Lorena, quien sonrió
con la satisfacción que da el obtener un título mundial y de conocer alguien a
quien emular.
«Desde que tenía 12-14 años soñé con ser la mejor del mundo y lo voy a
lograr», se fijó Lorena como meta.
Al terminar la secundaria las mejores universidades de Estados Unidos
disputaban a la precoz campeona mexicana. Para Lorena, como siempre, el golf
tuvo la última palabra.
«Me decidí por una Universidad que estuviera cerca, que tuviera buen clima
y pudiera jugar todo el año y me fui a la Universidad de Arizona. Era buena
estudiante, saqué arriba de 90 en el inglés y me dieron beca al 100%. Estudié
sicología en el deporte y nutrición, algo que me ha servido mucho».
Dos años después de haber iniciado la Universidad, Lorena suspendió la carrera para
convertirse en la primera mexicana que salta al profesionalismo. «Mis
papás me dijeron que tomará la decisión de ser pro y que ellos me apoyaban
fuera cual fuera. Ha sido muy fácil con ese apoyo».
Desde entonces todo ha sido viajar, la foto familiar en la bolsa, su almohada
ortopédica, el putter de grip tricolor y el símbolo que quiere ser leyenda: 8a.
Con el rival en la mente
La amiga imaginaria ha desaparecido, pero hasta la fecha sigue en busca del
mejor adversario. «Desde hace varios años juego con contrincantes que
existen sólo en mi mente. Me lo aconsejó Rafael Alarcón, mi coach y un
excelente profesional mexicano. Imagino que mi contrincante dejó la bola a dos
metros de la bandera y yo debo hacerlo mejor».
Única en su tipo, rompiendo tradiciones: «Me ha pasado que aquí en México
me digan que no hay golfistas, que es un deporte de viejitos, que no llegaré
lejos, pero si piensas en eso no llegas a mucho y yo siempre he sido
diferente».
Lectora asidua de biografías de deportistas -«me gustó mucho el libro de
Lance Armstrong, me gustan los ejemplos de deportistas triunfadores, aprender
su mentalidad y saber cómo hacen para salir de sus problemas, me encanta»-
ahora apenas le queda tiempo para ir al mar a pescar, o la montaña, cuando
trepa de nuevo a la bicicleta y vuelve a ser Lore, la niña traviesa correteando
con sus hermanos, Alejandro y Daniela.
Pero esta noche, cuando México duerma y ella vuelva del campo de golf donde
enfrenta su primer torneo del año, El Master Championship de Australia, a las afueras
de Sydney, Lorena parará un momento en Darly Harbour, con sus restaurantes
pegados al muelle de madera, donde los chicos suelen sentarse con las pies
colgando y una cerveza o un helado en la mano, mientras la noche se va
apoderando de la cubierta de los restaurantes-barcos y las olas chasquean entre
las propelas, como queriendo meterle ritmo tranquilidad de la tarde.
Entonces, la romántica y detallista Lorena Ochoa, suspirará como buena mexicana
por un buen plato de sopa caliente en el comedor de su casa en Guadalajara.
«Siempre comíamos a las 2:30 en punto. Era cuando nos reuníamos todos y
platicábamos de lo que nos pasaba y hacíamos bromas, es lo que más extraño
cuando ando de viaje. Ahora siempre como sola y puro cochinero», sonreirá
y se irá a descansar. El campo del éxito tiene un fairway muy largo y ella,
recién salió de la T de prácticas.